desde su garganta

su barba en mi cuello.

yo, colgándome

desde su garganta.

palomas en la voz,

deslizándome plumas

entre los dedos.

dedos largos, labios vagos,

ojos despaciados.

así, como una tarde blanca.

sonrisas entre sonrojos,

nodecires como ecos.

acompasados sinsabores

que de pronto apresurados

se esconden y se divierten.

 

su barba en mi cuello.

y yo, enmañanada

en su cabello.

palabras como espuma

blanda rebotando

desde su boca.

miradas resquebrando,

manos retozando.

una barba de hombre

en unos ojos de niño

y yo

anidada de deseo.

 

Alice Mar

 


elegía interrumpida

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

Al primer muerto nunca lo olvidamos,

aunque muera de rayo, tan aprisa

que no alcance la cama ni lo óleos.

Oigo el bastón que duda en el peldaño,

el cuerpo que se afianza en un suspiro,

la puerta que se abre, el muerto que entra.

De una puerta a morir hay poco espacio

y apenas queda tiempo de sentarse,

alzar la cara, ver la hora,

y entrarse: las ocho y cuarto.

 

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

La que murió noche tras noche

y era una larga despedida,

un tren que nunca parte, su agonía.

Codicia de la boca

al hilo de un suspiro suspendida,

ojos que no se cierran y hacen señas,

y vagan de la lámpara a mis ojos,

fija mirada que se abraza a otra

ajena, que se asfixia en el abrazo

y al fin se escapa y ve desde la orilla

cómo se hunde y pierde cuerpo el alma

y no encuentra unos ojos a que asirse…

¿Y me invitó a morir esa mirada?

Quizá morimos sólo porque nadie

quiere morirse con nosotros, nadie

quiere mirarnos a lo ojos.

 

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

Al que se fue por unas horas

y nadie sabe en qué silencio entró.

De sobremesa, cada noche

la pausa sin color que da al vacío

o la frase sin fin que cuelga a medias

del hilo de la araña del silencio

abren un corredor para el que vuelve:

suenan sus pasos, sube, se detiene…

Y alguien entre nosotros se levanta

y cierra bien la puerta.

Pero él, allá del otro lado, insiste.

Acecha en cada hueco, en los repliegues,

vaga entre los bostezos, las afueras.

Aunque cerramos puertas, él insiste.

 

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

Rostros perdidos en mi frente, rostros

sin ojos, ojos fijos, vaciados,

¿busco en ellos acaso mi secreto,

el dios de sangre que mi sangre mueve,

el dios de hielo, el dios que me devora?

Su silencio es espejo de mi vida

en mi vida su muerte se prolonga:

soy el error final de sus errores.

 

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

El pensamiento disipado, el acto

disipado, los nombres esparcidos

(lagunas, zonas nulas, hoyos

que escarba terca la memoria),

la dispersión de los encuentros,

el yo, su guiño abstracto, compartido

siempre por otro (el mismo) yo, las iras,

el deseo y sus máscaras, la víbora

enterrada, las lentas erosiones,

la espera, el miedo, el acto

y su reverso: en mí se obstinan,

piden comer el pan, la fruta, el cuerpo,

beber el agua que les fue negada.

Pero no hay agua ya, está todo seco,

no sabe el pan, la fruta amarga,

amor domesticado, masticado

en jaulas de barrotes invisibles,

mono onanista y perra amaestrada,

lo que devoras te devora,

tu víctima es también tu verdugo.

Montón de días muertos, arrugados

periódicos, y noches descorchadas

y amaneceres, corbata, nudo corredizo:

“saluda al sol, araña, no seas rencorosa…”

 

Es un desierto circular el mundo,

el cielo está cerrado y el infierno vacío.

 

Octavio Paz

 


tres cuerpos

no saber donde empieza el uno y termina el otro. deshacernos de los contornos,

deshacernos como que con ojos de pulpo. ojos táctiles, tapiz de pieles. dedos. entre

cuellos, entresenos, entremuslos. mudos. entre una mano y otra mano, enmarañado de piel.

no saber donde tus besos, donde tu boca. si tu piel o si su piel. no saber adonde yo. así, sin

contornos. y tú tampoco.

 

Alice Mar