de «descuento», página en blanco y staccato

Anoche fue la vieja frisa que encontré en el closet

un pretexto de bálsamo para precipitarme al sueño.

Seguí una ristra de clavos y rotitos

verificando al menos que la Biografía del Ángel

no colgaba tu cuerpo desnudo en las paredes.

Le grité al gato negro que no llorara tanto

y me encontré diciendo que no hicieran más ruido tus pinceles.

Por las mañanas preparo dos tazas de café y hablo con el otro

sabiendo que el otro soy yo mismo, entonces barro la soledad

y quito telarañas con un cuidado inmenso

para que mis arañas no sucumban con la ira del miedo.

Me obligo a visitar esa mitad del apartamiento

porque hay que darle vino a las matas para que no perezcan

y vuelvo a la mitad que siempre habito

y enciendo velas blancas frente a Santa Julia de Burgos

y pido que desde la ribera de su muerte

me permita quedarme en esta ribera.

Entonces al final de mi sombra me trepo a la pared

y vuelvo a la mitad que siempre habito

el mítico poeta que pintaste

el mismo que por venir del mar camina sobre el agua

y un aguacero azul hace temblar el frío

y una sombrilla azul hace que tenga alas.

Mirándome te miro

y tanta soledad requiere un desafío de almanaque.

Según dijo un amigo,

que otra tristeza habite tu tristeza para que no estés triste.

Por eso acabo de escribirte este poema.

 

Manuel Ramos Otero


deus ex machina

No me he creído el cuento

de que la nieve se cae del cielo

cuando visitan mi ventana diagonales

abrigando gárgolas de asombro

neoinglés, descreídas y desgreñadas

por el viento.

 

De la rama de un árbol acaso

resbaladas, posando sobre hocicos de piedra

mientras luz.

Se ha dicho del frío y de la sal

indicando rutas de buena suerte y paseos peatonales,

pero todavía hay que escribirse el reflejo

y los tropiezos ciegos.

 

La doña de las caderas atraviesa la calle

y me distrae.

 

Alice Mar