poniente

Estas mis tardes quietas,

llenas de sol que busca el horizonte;

se cansan de morir…

y serena, paulatina, blandamente

llenan de claroscuros

y grises azulosos la campiña.

 

Este poniente que sube por los ríos

sangre que se devuelve

a la luz de postreras agonías…

Este posar de mis tardes es cántico,

que en las aves que vuelven a sus nidos,

en la vaca que pasta en la pradera,

en la palma que apunta hacia los cielos,

en la choza que desempolva su espíritu

con sus ojos abiertos,

en el camino, mancha como un rastro

herida al verde,

encuentra la armonía acompasada.

 

Estos árboles quietos

buscan mística gloria de un sol de oro,

esas mis flores blancas de pureza

y esos ojos al verde tan lejanos,

ese verde que es todo mi paisaje,

tienen la aspiración de eternizarse

en la pausa callada de mis tardes.

 

Poniente:

ya la herida del tiempo

no es oro en tu costado,

es hemorragia que, paños,

las nubes contener no pueden.

 

!Este quebrantamiento que me obsede

de recuerdos sagrados!

 

Se penetran las sombras lentamente,

ya pierden sus contornos las montañas.

Ya el verde no es más verde,

toma grises oscuros de plegaria.

 

Casi poniente:

ya no más luz.

Sólo queda a lo lejos rastro verde

del moribundo que se aleja

herido por mis tardes.

 

Se arrastra hacia otros ríos.

Busca ansioso otros cánticos de vida.

Mas nos deja en el ser una esperanza

de nuevos días…

de un reino que es canción de eternidades

más cristalino y blanco.

 

!Esas manchas oscuras, coaguladas,

son la señal terrible

de un reino sin más tardes!

 

Moisés Rosa